A través de sus palabras, Ana nos dejó una ventana a su mundo: el de una niña judía que soñaba, reía, pensaba, sufría y esperaba, mientras se escondía de los nazis junto a su familia. Aunque su vida fue injustamente interrumpida, su voz no fue silenciada.
Su diario no solo es un símbolo de la barbarie que nunca debemos repetir, sino también una prueba de que incluso en los peores momentos, la esperanza, la empatía y la dignidad humana pueden sobrevivir.
Ana Frank no es solo una figura histórica, es un recordatorio de lo que puede pasar cuando la intolerancia y el racismo se normalizan. Recordarla es un acto de Memoria, de Resistencia y de compromiso con un mundo más justo.
En tiempos donde el antisemitismo, el racismo y los discursos de odio vuelven a aparecer, leamos a Ana, escuchemos su voz y digamos, con firmeza y con corazón: Nunca Más.